Concepto del mes de enero del 2022: Objetos perdidos

 

Ha desaparecido mi gorro de invierno. Un domingo por la mañana, estoy andando en bici, rumbo al otro lado de la ciudad. Me pongo el gorro y cuando se me hace caliente, lo quito y lo meto en el bolsillo de mi abrigo. Instantes más tarde noto que ya no está. Doy media vuelta y sigo casi la entera ruta de ida, exactamente la misma. Ni rastro de mi gorro. ¿Habrá gente que recoge prendas del arroyo y se las lleva? ¿Aún si es obvio que se han perdido hace poco, o incluso así las prefieren? ¿Puede ser que nada más caerse en la calle, han aparcado un coche por encima? No lo sé, el gorro ha desvanecido.

El gorro tiene mucho valor sentimental. Tiene que ver con mi hijo mayor y una tragedia de otro niño del pasado. Me doy otra media vuelta para ver al amigo con quien había quedado para dar un paseo. Llego con 45 minutos de retraso. El amigo dice que lo entiende. De camino a casa, vuelvo a acechar los arcenes. Ojalá para la ciudad hubiese una oficina de objetos perdidos.

Es un servicio que me da aliento al corazón. En castellano, su nombre se centra en el sentimiento del propietario. Es un sitio donde reina la compasión. Si has perdido algo y, por consecuencia, te sientes perdido, ahí es donde te acogen con los brazos abiertos.

En inglés lo llaman ‘Lost and Found’, perdido y encontrado, una apta descripción de la secuencia de eventos deseada. Algo frío, tal vez. En holandés dicen ‘gevonden voorwerpen’, objetos encontrados, como si la pérdida ya fuera una estación pasada, digna de olvidar.

Si alguien ha encontrado mi gorro, quién lo sabe. De todos modos no conocerá el valor sentimental que tiene para mí. A pesar de las crises de clima, refugiados y el COVID, es un gorro que me hace sentirme perdido.

 

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